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Capítulo 354: Cuando el Final se Convirtió en Todo

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Solo faltaban unos pocos días, y la culminación de años de noches en vela, exámenes nerviosos, esperanzas destrozadas y sueños frágiles dependería de este momento: la graduación.

Iraya, como innumerables otros antes que ella, tenía sueños danzando en su mente: visiones de togas balanceándose, borlas oscilantes y el mundo girando de repente con infinitas posibilidades.

Pero bajo la pompa y circunstancia, algo más oscuro se agitaba: sus planes de venganza estaban en marcha, y alcanzarían su apogeo aquí, en este escenario, bajo los ojos de familiares, amigos y jueces.

La mañana anterior.

El aire en el auditorio se sentía espeso de expectativas: sillas alineadas de manera ordenada, pancartas ondeando, suelos recién pulidos brillando bajo luces intensas.

Iraya estaba en el escenario, con el corazón latiendo con fuerza mientras observaba a sus compañeros hablar con emoción, los teléfonos de las madres preparados para esa foto perfecta, padres practicando sonrisas orgullosas, y hermanos bailando para ser vistos.

Tiró de la manga de su birrete y tragó.

Hoy sería como cualquier otra ceremonia, pero también, hoy no sería como cualquier otra ceremonia.

Un suave murmullo recorrió la multitud cuando comenzaron las primeras notas de “Pompa y Circunstancia”. La procesión de graduados serpenteó por el pasillo, cada paso resonando con promesa.

Iraya caminó con ellos, hombros rectos, sus togas ondeando. El mundo estaba mirando, y ella estaba lista.

La ceremonia en sí misma.

La voz del decano resonó sobre los altavoces:

—Queridos estudiantes, familiares y amigos: bienvenidos a la culminación de todos nuestros esfuerzos. Hoy celebramos el logro, la resiliencia y la promesa del mañana.

Siguió un aplauso educado. Los discursos tocaron la ambición. Reconocimientos. Una pausa para lo emocional.

Finalmente, los diplomas se entregaron con caras sonrientes y apretones de manos rígidos.

Iraya aceptó el suyo, liviano en su mano, mucho más pesado en su corazón. Logró esbozar una sonrisa tensa a sus padres en la primera fila antes de volver a su asiento.

Fila tras fila, birretes inclinados, teléfonos en las manos, flashes capturando mientras mamás y papás inmortalizaban el momento.

La canción de clausura.

El decano carraspeó.

—Y ahora, para concluir nuestra ceremonia… una última celebración para la Clase de 20XX.

Cayó un silencio.

Suaves notas de piano llenaron la sala. La famosa melodía del himno de graduación elegido aumentó.

De repente, una pantalla de video cobró vida detrás del escenario.

—A los recuerdos que creamos… —decía la introducción.

Una toma colectiva de aire recorrió el público, seguida de sonrisas, risas y lágrimas suaves al pasar las instantáneas: excursiones infantiles, el baile de graduación, sesiones de estudio nocturnas, el legendario desastre de la venta de pasteles.

Y luego, entre los recuerdos de amigos y triunfos, apareció una foto que parpadeó demasiado tiempo. Algo no pretendido.

Iraya lo reconoció al instante.

La pantalla hizo un zoom: dos siluetas bajo la luz de hotel, cerca, sin aliento. Sus rostros estaban oscuros, pero la forma era inconfundible: Jason y Kylie, la dulce pareja de su clase de inglés que siempre se sentaba cinco filas atrás. La exposición gradual reveló más cuadros con marcas de tiempo: la mano de Kylie sobre el pecho de Jason. El dedo de Jason rozando la curva de su vientre. Un silencio, luego un suspiro recorrió la sala. Las madres se volvieron hacia los padres. Las hermanas susurraron. Suposiciones susurrantes: ¿embarazo? ¿Romance secreto?

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Y luego les cayó el veinte a todos: en el último cuadro, un par de diminutos zapatos de bebé tejidos descansaban sobre una cómoda de hotel, y la mano suave de Kylie descansaba sobre su estómago. La prueba: embarazo. Público, impactante, imposible de ignorar.

La suave melodía de piano vaciló mientras los susurros se convirtieron en una oleada de sensación. Algunos se reían incrédulos. Otros miraban conmocionados. Los padres parecían escandalizados. Los estudiantes se inclinaban hacia adelante, alarmados, curiosos.

Iraya observaba desde su asiento, una presencia tan quieta que podría haber sido tallada en mármol. Este era su momento. No el triunfante, sino el calculado crescendo.

Permitió que una sonrisa lenta y silenciosa se extendiera por su rostro. No cruel, solo certera. El plan había funcionado. El error cuidadosamente orquestado: había hackeado la presentación de diapositivas de graduación, agregando su propio “tributo” especial. Había ajustado la sincronización de la banda sonora para que el foco y la cámara se mantuvieran el tiempo suficiente en ellos.

Los ojos de Kylie se abrieron, enrojecidos de pánico. La mandíbula de Jason se apretó. Miraba alrededor, impotente. Las cámaras grababan todo: cada suspiro, cada lágrima, cada respiración tensa.

Desde el lateral del escenario, los dedos de Iraya presionaron un pequeño control remoto. Controlaba la pausa, el enfoque prolongado, el fotograma final que viviría en cada teléfono en la multitud.

Observó cómo la comodidad se desintegraba en humillación pública.

Su pecho se apretó, no con triunfo, sino con algo más complicado. Años de dolor y traición la habían llevado hasta aquí. Había jurado venganza contra las personas que la lastimaron; este era solo el ápice.

El acorde final se apagó. El público se quedó atónito. El decano carraspeó.

—Gracias… y felicitaciones a todos ustedes. —Pero su voz no llevaba convicción.

Iraya se paró cuando se lo indicaron, pero no enfrentó a la multitud. En cambio, se movió con una precisión lenta, la tela de sus vestiduras susurrando mientras cruzaba el escenario. Las cámaras aleteaban. Las linternas estallaban.

Pasó junto a Kylie, que se hundió contra una pared, cuerpo tembloroso. —Lo siento —susurró el decano, colocando una mano de disculpa. Kylie no respondió. Estaba siendo escoltada por una amiga, lágrimas silenciosas pero imparables.

Iraya sintió un dolor de cabeza florecer. No arrepentimiento, solo el conocimiento de que había iniciado consecuencias irreversibles.

Caminó hacia la brillante luz del sol más allá de las puertas del auditorio. El mundo seguía moviéndose, ajeno a las consecuencias que había causado. Finalmente era libre. Iraya salió al aire libre, diploma en el bolsillo, venganza saboreada, y descubrió un sabor agridulce en su boca.

Afuera, graduados se abrazaban, padres lloraban, hermanos se tomaban selfies. Un reportero entrevistaba al mejor graduado. Los pájaros cantaban. El viento pasaba entre las togas.

Y Iraya, ella plantó su rostro hacia arriba, inhalando profundas bocanadas de liberación y arrepentimiento. Se había vengado. Había convertido un día perfecto en uno de escándalo. Pero, ¿a qué costo?

Frente a ella, el último obstáculo: dejar atrás este lugar, esta etapa de su vida. Se alejó.

Al girar la esquina, casi chocó con Jason. Ambos tropezaron.

—Iraya —dijo él en voz baja. Sin ira. Sin acusación. Solo una sinceridad tranquila y dañada.

Ella se detuvo, lo miró. Y por primera vez en todo el día, vaciló.

Él se enderezó. —Pensé que éramos amigos —dijo, con suavidad pero herido. Luego siguió caminando, hombros rígidos como muros.

Y ella, Iraya, encontró que su fachada se agrietaba lo suficiente como para saborear el arrepentimiento. Había hecho lo que vino a hacer. Ahora comenzaría la verdadera cuenta.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com

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