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  3. Capítulo 776 - 776 ¡Un arma de la fuerza vital!
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776: ¡Un arma de la fuerza vital!

776: ¡Un arma de la fuerza vital!

La estéril cámara médica palpitaba con un nuevo tipo de energía.

El olor estéril del desinfectante, una vez reconfortante en su familiaridad, ahora era un fantasma olvidado, superado por un aroma almizclado que enviaba escalofríos por las espinas de Tempestad y Penélope.

Su fuente era inconfundible: el arma pulsante firmemente asida en la mano de Penélope.

Sus movimientos se habían transformado en un baile hipnótico, su mano deslizándose rítmicamente arriba y abajo por la longitud del apéndice alienígena.

Con cada caricia, el líquido translúcido en su punta crecía, su embriagadora fragancia intensificándose, encendiendo un anhelo primal dentro de ambas.

—¿Qué es este néctar, Penélope?

—Tempestad balbuceó, su voz un mero susurro.

Su cuerpo vibraba con una corriente no familiar, un cóctel de deseo y aprensión que desafiaba la definición.

Atraída por una fuerza invisible, se inclinó más cerca, su rostro suspendido a pulgadas de la punta del arma.

El aroma danzaba en sus fosas nasales, mezclándose con el calor que irradiaba de su superficie y enviando escalofríos por su espina dorsal.

—Yo…

no sé —respondió Penélope, su voz tensa, entrelazada con un extraño cóctel de aprehensión y un anhelo que no podía identificar.

Reflejando las acciones de Tempestad, ella también se inclinó, sus instintos primales instándola hacia adelante.

Sus rostros enmarcaban el arma a cada lado, su forma un contraste marcado con la piel suave que la rodeaba.

Palpitaba con una vida innegable propia, un ritmo que resonaba profundo en su ser.

Animada por un impulso de curiosidad, Tempestad extendió una mano.

La punta de sus dedos rozó los de Penélope, enviando una sacudida eléctrica a través de sus figuras conectadas.

Como una sola, agarraron el arma, sus manos encontrándose en una comunión silenciosa sobre este objeto alienígena.

El pulso se aceleró bajo su toque, un ritmo que retumbaba en la médula de sus huesos.

—¡Qué poder!

—exclamó Tempestad, sus ojos abriéndose en asombro.

Podía sentir una potente energía recorriendo el arma, una vitalidad cruda que palpitaba a través de las extrañas venas azules que parecían correr a lo largo de su superficie.

Era emocionante, una fuerza primal que resonaba profundo en su alma.

Penélope, sin embargo, sintió algo diferente.

A diferencia de Tempestad, una guerrera nata, ella era una Dríade, un ser intrínsecamente conectado a la esencia de la vida.

Sin embargo, en su confusión, había olvidado momentáneamente el núcleo de su ser: la fuerza vital que fluía a través de todos los seres vivos.

Mientras presionaba su rostro más cerca de la punta del arma, una ola de pura, adulterada energía vital la cubrió.

Era diferente a todo lo que había experimentado: potente, vigorizante y extrañamente seductora.

A diferencia de las energías destructivas que asociaba con las armas, esta energía pulsaba con vida, una fuerza primal que resonaba con la esencia misma de su ser.

—Hay tanta energía —ella respiró, su voz espesa con incredulidad—.

¡Pero no es destructiva…

está llena de vida!

La revelación la golpeó con la fuerza de un rayo.

¿Cómo podía un arma irradiar tal abundancia de fuerza vital?

En todos sus años en Edén, nunca había encontrado una energía vital tan potente, ni siquiera la Reina del Hielo, con todo su poder, podía rivalizar con esto.

Impulsada por un instinto que no podía explicar, una combinación de su naturaleza de Dríade y el extraño atractivo del arma, Penélope hizo lo impensable.

Abrió su boca, su lengua una serpiente rosa buscando fruta prohibida.

—¡Penélope!

—Tempestad llamó en advertencia, pero las palabras se perdieron en el torrente de sensación.

En el momento en que el líquido translúcido tocó sus papilas gustativas, el mundo explotó.

Un caleidoscopio de colores inundó su visión, su cuerpo hormigueaba con una sensación que desafiaba la descripción.

Era como si cada célula de su ser se despertara de un profundo letargo, bañada en un calidez que era a la vez placentera y aterradora.

Su rostro se contorsionó en una mezcla de éxtasis y confusión.

Tempestad, siempre vigilante, no pudo evitar notar la expresión arrebatada torciendo los rasgos de Penélope.

Le envió un temblor de inquietud.

La profecía que había escuchado hace poco tiempo resonaba en su mente:
—…felicidad que retorcerá sus expresiones…

—¿Podría ser real?

¿Este extraño líquido, emanando de esto…

arma…

podría poseer tal poder para derretir a una mujer en un charco de pura dicha?

El espíritu de guerrera dentro de ella rugió en desafío.

Este hombre, sin importar su naturaleza poco convencional, no podía ser el profetizado “El Feminista”.

No, la propia profecía era simplemente demasiado absurda.

Pero aún así, una semilla de duda había sido plantada.

Determinada a probar su propia teoría, Tempestad ignoró la voz de la cautela que susurraba dentro de ella.

Imitó las acciones de Penélope, su lengua asomando para tocar la punta del arma.

El líquido translúcido cubrió su lengua, una sensación resbaladiza que envió un escalofrío por su columna vertebral.

El sabor…

¡oh diosa, el sabor!

Era diferente a todo lo que había experimentado.

Fue una revelación.

Una sinfonía de dulzura y esencia primal que encendió un anhelo enterrado profundo en su interior, un deseo que nunca supo que existía.

Sus rostros, marcados con aprehensión momentos atrás, ahora contorsionados en una deliciosa mezcla de placer y algo parecido a un hambre primal.

A medida que la ola inicial de euforia se retiraba, un silencioso ruego colgaba pesado en el aire.

¡No era suficiente!

Sus lenguas se deslizaron, chocando juntas en la punta, envolviendo el arma.

Un ballet desesperado por las últimas gotas preciosas comenzó y terminó tan rápidamente.

—¡Penélope!

—Tempestad jadeó, la urgencia impregnando su voz—.

¡Hazlo fluir otra vez!

Más de esa…

esencia.

En este estado alterado, la mente de Penélope corría.

Un recuerdo parpadeó: la caricia rítmica de su mano contra el apéndice coincidía con la emergencia del líquido.

Con nueva determinación, agarró el arma con renovado vigor, su mano imitando el ritmo previo.

Tempestad, anhelando otro sabor de ese olvido dichoso, siguió con entusiasmo.

Sus manos, ahora una unidad sincronizada, acariciaban la carne palpitante en un baile hipnótico.

El deseo empañaba los ojos de Tempestad mientras se inclinaba más cerca, determinada a ser la única beneficiaria de la próxima ola.

Contorsionó su rostro, su boca engullendo la punta del arma en un intento desesperado por capturar cada gota.

Una sonrisa triunfante se extendió por su rostro al imaginar el éxtasis solo para ella.

Pero ay, el líquido mágico seguía ausente de modo frustrante.

Un minuto se arrastró, una eternidad en su estado elevado.

A pesar de sus valientes esfuerzos, su boca envuelta con avidez alrededor de la punta, no emergió más líquido.

Entonces, una ola de placer inesperado la inundó.

Incluso un mero beso de la punta del arma trajo una oleada de felicidad.

Su mano se alejó, reemplazada por la insistente presión de sus labios, una búsqueda frenética de cada rastro restante.

Penélope, dividida entre el deseo de más y el miedo a perturbar a Kiba, observó a Tempestad con creciente desconcierto.

Su torpeza inicial había desaparecido, reemplazada por un movimiento casi practicado.

En lugar de un frenético arriba y abajo, su boca ahora imitaba una ola suave, trazando un camino a lo largo de la longitud del miembro.

Un rastro brillante de saliva goteó de los labios de Tempestad, trazando un camino por una de las venas azules, y aterrizando con un suave plop en la piel suave de los testículos de Kiba.

Los ojos de Penélope se abrieron en incredulidad.

Este era un territorio desconocido.

De repente, su agarre en el arma se apretó, una presión interna construyéndose, una sensación parecida a un volcán a punto de erupción.

Entonces, con un impulso que envió un temblor a través de todo su brazo, un líquido blanco y pegajoso brotó de la base del miembro, arrojándose directamente en la boca sorprendida de Tempestad.

—Un grito gutural escapó de Tempestad mientras estaba momentáneamente abrumada.

—Pero un momento después, una mirada de pura dicha vidriosa reemplazó el impacto inicial.

Sus ojos, amplios y desenfocados, parecían mirar a otro reino.

—Actuando por instinto primal, Penélope reaccionó antes de que pudiera pensarlo demasiado.

—Con una mano, agarró a Tempestad por su cabello, un tirón sorprendentemente efectivo que alejó el rostro de Tempestad de la punta del arma.

—En el momento en que se rompió el sello, Penélope no dudó.

—Se arrodilló, su boca cerrándose alrededor de la punta en un intento desesperado por capturar cada última gota del nuevo líquido.

—Una ola de éxtasis diferente a cualquier cosa que había experimentado con el líquido anterior la cubrió.

Era potente, crudo, una oleada de fuerza vital que resonaba profunda en su ser.

—Al tragar, algunas gotas errantes escaparon de sus labios, goteando por su barbilla.

—Tempestad, momentáneamente desorientada, no perdió su oportunidad.

Con los reflejos de una guerrera experimentada, se lanzó hacia adelante, su lengua asomando para lamer el líquido que escapaba de la barbilla de Penélope.

—Justo entonces, la pesada puerta de roble chirrió al abrirse, revelando a Circe, su rostro una máscara de preocupación mientras entraba con el frasco de la poción curativa recién preparada.

—Pero la vista que le recibió la congeló en su lugar.

—¡¿Qué en nombre de la Madre Trinidad está pasando aquí!?—gritó Circe.

—Dos de las guerreras más confiables de Edén, normalmente paradigmas de decoro y disciplina, estaban desparramadas en el suelo, sus rostros enterrados en el lugar más inesperado y anatómicamente improbable: el centro de Kiba.

—El frasco de vidrio se deslizó de la mano de Circe, rompiéndose en el suelo de piedra con un estruendo resonante.

—Sin embargo, el ruido parecía amortiguado, ya que las dos mujeres estaban completamente ajenas a la conmoción, perdidas en su propio mundo de exploración primal.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com

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