Capítulo 103: GEMIR COMO UNA PERRA Capítulo 103: GEMIR COMO UNA PERRA Con su rostro aún sobre el escritorio, Ana miró de reojo para asegurarse de que nadie estuviera alrededor de la esquina espiándolos antes de bajar lentamente sus manos al borde de su vestido y luego subirlo, pulgada a pulgada, mientras él la observaba desde atrás mientras su muslo desnudo era revelado a su vista. Ella lo subió todo hasta su cintura y se detuvo antes de volver a colocar su codo sobre el escritorio.
—Señorita Ana, no me hagas repetirme —dijo en un tono de advertencia—. Dije que te bajes las bragas —ordenó Marcos de nuevo pues ella no había hecho completamente lo que él le ordenó.
—Pero señor —Ana quería hacerle cambiar de opinión ya que no quería desnudarse en un lugar público. ¿Y si alguien irrumpía y los sorprendía así? Sería una enorme desgracia y un desastre para ella, ¿no? —pensó.
—¡No! —Marcos la interrumpió antes de que pudiera completar su frase—. Bájate las bragas, señorita Ana y no me hagas repetirme porque si lo hago… —hizo una pausa y Ana tragó con dificultad el nudo en su garganta—. Quería saber qué le haría si se negaba a obedecerlo.
—¿Qué harás, señor? —preguntó Ana con media sonrisa en sus labios mientras intentaba ver qué estaba haciendo detrás de ella. Dio un respingo en respuesta cuando él tiró agresivamente de su cabello y la hizo levantar la cara para mirarlo a los ojos—. Lo haré señor, por favor déjame ir —suplicó y él la soltó inmediatamente.
—Ahora, bájate las bragas —ordenó Marcos de nuevo y ella lentamente se inclinó sobre el escritorio y se bajó su tanga hasta el muslo, donde se detuvo antes de volver a colocar su codo sobre el escritorio.
—Mira lo sucia que estás —dijo Marcos mientras miraba el tanga manchado con su precum. Se inclinó más cerca y Ana no pudo evitar preguntarse si él la iba a follar. El pensamiento de que él la follara hizo que su clítoris latiera. «¿Me va a follar?», se preguntó y luego se sonrojó anticipadamente. No podía esperar a sentir su pene dentro de ella. Estaba tan absorta en sus pensamientos hasta que sintió su mano aterrizar en su trasero con un fuerte golpe.
—¡Ahhh! —Ana jadeó inesperadamente y levantó la cabeza de la mesa y se volteó para mirarlo con la boca abierta mientras estaba atónita por un momento.
—No me mires, mira la mesa —dijo Marcos cuando la sorprendió mirándolo. No tenía ninguna expresión en su rostro mientras la miraba fríamente, lo suficientemente frío como para enviar escalofríos por su columna vertebral.
Ana volvió a mirar la mesa sin dudarlo e inmediatamente su mano golpeó su trasero de nuevo. La mesa retumbó debido a la fuerza de su palmada mientras ella saltaba sobre sus dedos de los pies y gemía de dolor. Podía sentir la humedad de su coño mientras los labios de su vagina se rozaban suavemente uno contra el otro con cada palmada que aterrizaba en su trasero. Supuestamente tenía que estar en dolor, pero obtenía placer del fuerte golpe en su trasero. No podía imaginar cómo su fuerte golpe podía ser tan placentero y doloroso al mismo tiempo.
—Quiero que cuentes —la áspera mano de Marcos apretó su mejilla y ella cerró los ojos mientras gemía. Su toque calloso la excitaba más mientras agarraba su mejilla maltratada y la amasaba con toda su mano y luego, soltó su mano de ella y la abofeteó fuerte.
—¡Uno! —Ana gritó fuerte y cerró los ojos fuertemente mientras se contenía de liberarse. Su tacto la estaba volviendo loca, enviándola al límite mientras frotaba sus palmas planas alrededor de su mejilla antes de levantarlas y golpearla de nuevo, esta vez, más fuerte. —¡Dos! —Su cuerpo temblaba bajo su toque. ¿Cómo diablos es tan bueno en esto? Se preguntó.
Echó la cabeza hacia atrás pero él fue lo suficientemente rápido para sujetarla de nuevo sobre la mesa. Presionó su espalda contra la mesa para ponerla en su lugar mientras la azotaba una y otra vez mientras ella contaba. —¡Tres! —Sus jugos corrían desde su coño y se deslizaban hacia su pierna, estaba tan malditamente húmeda y excitada por él. —Cuatro —gritó, mientras sus piernas temblaban mientras él la abofeteaba con fuerza. —¡Cinco señor! ¡Cinco! —gritaba repetidamente mientras deseaba que él se detuviera. Ya no podía resistir más.
—La próxima vez que diga no… significa no —dijo Marcos y luego abofeteó tan fuerte su mejilla izquierda que la hizo llorar.
—¡Joder! ¡Señor! —El grito fuerte de Ana resonó por todo el lugar y para cuando él se detuvo, su trasero ya estaba caliente con moretones rojos por todas partes. Su respiración se hizo más difícil de inmediato y ya no podía sentir su mano en su cuerpo de nuevo.
Él se agachó para ver cuán húmeda estaba desde abajo a través de la apertura de su trasero y usando sus dos manos, partió su mejilla para tener acceso a su coño mientras lo miraba desde atrás. Su coño estaba empapado con su semen y se deslizaba hacia sus piernas. Inclinó su cara para poder olerla, estaba realmente caliente y lista para él, pero su objetivo era castigarla y no tener sexo con ella. Sacó la lengua y la pasó por sus pliegues, lamiéndola mientras estiraba la lengua hacia su clítoris. Con los ojos cerrados, rodeó su clítoris con su lengua y ella gimió. Apenas podía mantenerse de pie mientras sus piernas temblaban erráticamente. —Eso es, sigue gimiendo como una perra —le abofeteó el trasero y luego arrastró su lengua por la longitud de su raja antes de apartarse de ella.
—¡Joder! ¡Sí! —gimió fuerte cuando su dedo del medio se hundió entre sus pliegues. Frotaba su clítoris suave mientras acariciaba sus pliegues. Ana abrió sus piernas mientras su ropa interior le impedía moverse más profundo. —Por favor, mételos dentro de mí —su cuerpo yacía allí mientras se retorcía sobre el escritorio, arqueándose impacientemente para que sus dedos se deslizaran hacia adentro. Estaba perdida, todo en lo que podía pensar era en ser follada, pero se preguntaba por qué él la privaba de eso.
—¿Estás segura de que quieres esto? —provocó Marcos aunque ya sabía cuál sería su respuesta.
—Sí señor… ¡por favor! —gritó Ana. Sentía como si sus dedos controlaran todo su cuerpo, haciéndola caer en sumisión mientras acariciaba sus pliegues un poco más rápido. —¡Dios, sí! —gritó mientras dejaba escapar su orgasmo y este cubría su dedo.
—Sí, sigue viniéndote, puta —gruñó él y de inmediato empujó su dedo hacia su clítoris y comenzó a frotarlos más rápido, más fuerte, haciendo que sus piernas temblaran fuertemente mientras ella gritaba. —¡Señor! —Él no se detuvo a pesar de su grito, sino que aumentó su velocidad y añadió más presión, untando su dedo alrededor de su clítoris. —¡Joderrrr! ¡Cristo! —balbuceó. No podía pensar con claridad mientras dejaba escapar palabras de su boca sin pensar. Sacó su mano de ella, justo cuando sabía que estaba a punto de venir otra vez y de inmediato su jugo brotó de su núcleo y se acumuló en su tanga.
La respiración de Ana se hizo difícil. Ningún hombre la había hecho sentir así, excepto Marcos, y se sentía tan bien ser azotada en el trasero. Dejó escapar un suspiro profundo para evitar jadear fuertemente mientras Marcos caminaba de regreso a su silla y se lamía la mano limpia.
—Deberíamos empezar a irnos ahora. Se está haciendo tarde —dijo Marcos.
—Está bien. Está bien, señor —dijo Ana y luego bajó su vestido y subió su tanga a su cintura. Se sentía incómoda usando el tanga de nuevo ya que estaba mojado pero no tenía otra opción. —Pero, señor —se paró con su mano en la mesa solo para mantenerse firme—. No puedo caminar sola —dijo mientras sus piernas tambaleaban y apenas podía moverse un centímetro desde la mesa o podría terminar cayendo al suelo. Su pecho se elevó mientras aspiraba aire antes de continuar—. ¿Podría ayudarme, señor? —suplicó y Marcos se levantó de la silla y caminó hacia ella. Tomó su mano y la colocó sobre su hombro antes de rodear su cintura con su mano para mantenerla en su lugar mientras la acompañaba hacia el ascensor. Abrió el ascensor y entraron antes de que se cerrara y comenzara a descender.
En un segundo, el ascensor se detuvo y pitó al abrirse. Marcos levantó a Ana en su brazo y salió del ascensor. A él no le importó notar a las personas que lo observaban, pero Ana, que sí las notó, enterró su rostro en su pecho para ocultar su rostro de ser visto por ellos.
—Señor… —el gerente se acercó a ellos justo cuando él estaba a punto de salir del restaurante.
—Sígueme —dijo Marcos y se dirigió a su coche.
El gerente abrió el asiento del pasajero y él dejó a Ana en el asiento antes de cerrar la puerta y dirigirse al asiento del conductor. Sacó un bolígrafo y garabateó sobre el papel antes de ofrecérselo al hombre. —Quédate con el cambio —le dijo al gerente antes de entrar en el asiento del conductor, cerrar la puerta, encender el motor del coche y acelerar.
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