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- Capítulo 304 - 304 ¿Por qué un hombre como él
304: ¿Por qué un hombre como él…?
304: ¿Por qué un hombre como él…?
César cerró la puerta de su dormitorio tras de sí y caminó hacia el sofá para sentarse.
Profundamente, comenzó a pensar, preguntándose qué hacer o cómo arreglar las cosas, pero cuando no pudo descifrar nada, se lanzó contra la pared y empezó a golpearla frenéticamente.
Estaba enfadado, confundido y perdido, y no sabía cómo procesar nada de lo que estaba ocurriendo ese mismo día.
Estaba más que frustrado, como nunca antes se había sentido.
Quería ir a ver a Adeline, porque realmente no podía estar lejos de ella.
Pero ¿cuál era el punto?
Ella no recordaba quién era él, lo que era para ella o siquiera el hecho de que ellos fueran…
Sus manos ensangrentadas cayeron a su costado y se quedó de pie con la cabeza baja, cansado.
Deseaba poder despertar de la pesadilla que fuera.
Deseaba poder abrir los ojos y que todo esto no fuera más que un mal sueño.
Pero ay, no lo era.
Era la realidad, una que tenía que enfrentar y superar.
César se giró y buscó el teléfono en la pequeña mesa de cristal.
Entró a su lista de contactos y marcó el número de Yuri, luego caminó hacia la enorme ventana del dormitorio.
La llamada fue contestada.
—¿Señor?
—Yuri, hay algo que quiero que hagas por mí —dijo.
—¿Puedo saber qué es?
—Dimitri.
Lo quiero.
Encuéntralo para mí.
Hubo silencio al otro lado del teléfono durante un segundo.
—Señor, ¿realmente quiere hacer esto?
—No me hagas repetirme de nuevo —la expresión de César se oscureció, su voz áspera por la frustración.
—Disculpas.
—Cuando lo encuentres, sabes dónde llevarlo.
Estaré allí mañana, ¿entendido?
—preguntó.
—Sí, señor.
César colgó y lanzó el teléfono al sofá.
Miró intensamente por la ventana unos segundos antes de girarse y caminar hacia su escritorio para sentarse.
Tiró su cabeza hacia atrás contra la silla de oficina y cerró los ojos.
Pero durante esa noche, no pudo pegar ni un ojo de sueño y para cuando llegó la mañana, tenía bolsas bajo la carne de sus ojos.
Salió de la ducha, se vistió con un traje de tres piezas y recogió su cabello en un elegante moño.
Un suave suspiro escapó de su nariz y se quedó de pie, contemplándose en el espejo.
Sueño, necesitaba más sueño.
Iba a perder la razón en este punto si pasaba más días sin dormir.
César metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones y se giró, saliendo de la habitación.
Se dirigió escaleras abajo al último piso de su mansión y salió al sendero abierto.
Sus ojos se cruzaron con los de su manada y el primer lugar al que se desvió su atención fue el hospital.
Adeline, necesitaba ir a verla.
Quizá, solo quizá, hoy sería un mejor día y su mujer lo recordaría.
Quizá ayer fue porque acababa de despertarse.
Adeline jamás podría olvidar quién era él.
Era imposible.
Incluso si olvidaba a otros, no podría olvidarlo a él.
Ella… lo amaba.
Tomando una profunda respiración, se encaminó hacia el hospital y subió las escaleras hacia la puerta de cristal.
La empujó para abrirla, entró andando y procedió hacia la sala donde Adeline había sido ingresada.
—¿Cómo está mi esposa?
—preguntó al señor Dima que había salido a recibirlo.
El señor Dima le hizo una reverencia respetuosa y se enderezó con una suave sonrisa.
—Está mucho mejor hoy, señor.
No quiso comer ayer, pero hoy está bien.
—Ya veo —César asintió y entró en la sala, la puerta se cerró tras de él.
Allí en la cama, Adeline estaba sentada con las piernas cruzadas y una bandeja de comida delante de ella.
La miraba como si contemplara qué comer primero.
—¿No te gusta ninguno de ellos?
—preguntó César mientras se acercaba a la cama.
Adeline levantó la cabeza para encontrarse con su mirada.
—¿Tú otra vez?
—Una de sus cejas se levantó—.
¿Qué haces aquí?
César no respondió, pero se sentó en la cama y cruzó las piernas.
—¿Realmente no me recuerdas?
Adeline dejó de masticar su comida y simplemente lo miró durante diez segundos seguidos.
No estaba segura, pero tenerlo mirándola con esos ojos dolorosos, le hacía doler el pecho de una manera que no le gustaba para nada.
—Yo…
no lo hago.
Su voz sonaba como si quisiera darle una respuesta positiva que no fuera esta para nada.
Pero ¿qué podía hacer?
Realmente no lo recordaba en absoluto y ni siquiera podía traerse a creer que estaba casada con él aunque el anillo en su dedo fuera prueba.
¿Por qué un hombre como él se casaría con alguien como ella?
Realmente era guapo, no pensaba que pudiera encontrar a nadie que se igualara con él en apariencia.
Ni siquiera a su hermano rubio que se le parecía un poco.
Ni hablar de su estatura.
Era demasiado alto, se sentía tan pequeña a su lado y estaba segura de que podría aplastarla con sus manos si quisiera, y sin embargo, ahí estaba él sentado mirándola con ojos calurosos y afectuosos como si ella fuera la única que existía para él y en su mundo.
¿Cómo eran antes de que ella perdiera la memoria?
¿Lo amaba?
Mirándolo, estaba segura de que el hombre estaba enamorado de ella, era claro en sus ojos.
¿Pero y ella?
¿Lo amaba?
Si era así, entonces debía estar sufriendo mucho.
No podía decir exactamente cuánto, pero estaba segura de que nadie estaría feliz de despertar y darse cuenta de que su esposa no los recordaba.
Una mujer a la que amaban.
—No-No me mires así —bajó la cabeza para evitar su mirada, algo terrible retorciéndose en su pecho—.
Por favor.
No me gusta.
—Muñeca… —César tomó una respiración profunda y extendió su mano para despeinar su corto cabello castaño oscuro—.
Te ves muy bonita con pelo corto.
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