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Capítulo 204: El mundo de Agustín (Parte 1)

Su corazón latía con fuerza, atrapado entre el asombro y la aprensión. —Me estás asustando, Agustín —murmuró, con la voz temblorosa.

Él le apretó las manos un poco más fuerte, sus propios nervios visibles en la forma en que apretaba la mandíbula y su pecho se hundía. —Solo prométeme una cosa. No me dejes nunca. No sobreviviría a eso.

Un escalofrío recorrió su espalda, las palabras de él tocando algo profundo dentro de ella. ¿Qué verdad podría ser tan pesada, tan peligrosa, que él temía que pudiera alejarla?

Su pecho subía y bajaba mientras se calmaba. Pero no se apartó. Lo miró, con ojos firmes y claros. No importaba lo que fuera, confiaba en él y en el profundo amor que compartían. Se sentía segura de que con él a su lado, podría enfrentar cualquier cosa y seguirlo a cualquier parte sin pensarlo dos veces.

—Lo prometo —dijo, sosteniendo sus manos con firmeza—. No importa lo que venga, mi amor por ti no cambiará. No me iré a ninguna parte.

En el momento en que lo dijo, un peso visible se levantó de los hombros de Agustín. Una lenta y agradecida sonrisa tiró de sus labios. Pero preguntó una vez más:

—¿Estás segura de que estás lista?

Ana asintió con confianza. —Sí. Muéstrame tu mundo—quiero descubrir todo sobre él.

—Entonces ven. Sumerjámonos en mi mundo.

Ana ya no sentía que estaba adentrándose en un misterio. Sentía que finalmente estaba adentrándose en la verdad.

Agustín la llevó a un club exclusivo, donde la música pulsante y el murmullo ambiental de las élites bien vestidas los rodeaban. En la superficie, parecía cualquier club nocturno de alta gama, con elegantes camareros sirviendo licores de primera calidad y hombres y mujeres elegantes descansando en lujosos sofás de terciopelo. Pero cuanto más se adentraban, más cambiaba la atmósfera.

Entraron en un estrecho corredor que se sentía casi secreto. Las paredes eran de cristal grueso y ahumado, con tenues luces incrustadas bajo sus pies iluminando el camino. Aquí había silencio, el pulso del club desvaneciéndose detrás de ellos.

Ana caminaba silenciosamente junto a Agustín, su tensión intensificándose con cada paso que daba hacia adelante.

Al final del corredor había una gran puerta de madera, tallada con intrincados patrones y reforzada con bronce. Dos imponentes guardias la flanqueaban, su presencia tan imponente que parecían estatuas cobradas vida.

Al acercarse, ambos hombres se inclinaron respetuosamente ante Agustín y abrieron la puerta sin decir palabra.

Agustín puso su mano en la espalda de ella mientras la guiaba hacia dentro. La expresión de Ana se congeló al entrar, sus ojos se agrandaron ante el opulento mundo que se extendía ante ella.

Ante ella se extendía un amplio casino subterráneo, impresionante en su extravagancia, un marcado contraste con el elegante club por el que habían pasado momentos antes. El techo se elevaba muy por encima de ellos, brillando con cientos de linternas doradas suspendidas como estrellas. Cada superficie resplandecía—mármol pulido bajo sus pies, columnas con bordes dorados a lo largo de las paredes, y muebles forrados de terciopelo en ricos tonos de joyas.

Las ruletas giraban sin cesar, su traqueteo mezclándose con el tintineo de las fichas y los murmullos bajos. Las mesas de póker estaban rodeadas de humo y tensión, elegantes invitados lanzando fichas que valían más de lo que la mayoría de la gente ganaba en un año.

Cabinas privadas de juego se encontraban elevadas alrededor del perímetro, cubiertas por cortinas de seda transparente donde juegos de altas apuestas se desarrollaban detrás de capas de secretismo. Hombres en esmoquin a medida y mujeres en vestidos brillantes se movían con elegancia, copas de champán en mano.

Era como entrar en otra dimensión—una que pulsaba con dinero, poder y cruda indulgencia.

El pulso de Ana aumentó mientras lo asimilaba todo —el lujo, la emoción salvaje en el aire, el encanto casi peligroso de todo ello. Cada detalle gritaba exclusividad y poder. Este no era solo un casino —era un patio de recreo para los poderosos donde los límites se difuminaban y las reglas se doblaban.

—¿Qué… es este lugar? —preguntó, aún aturdida.

Él la miró, con los ojos brillando bajo la luz dorada.

—Una parte de mi mundo —dijo—. Y ahora, tuyo también.

Se detuvieron cerca de una mesa privada acordonada con cuerdas de terciopelo, donde hombres en elegantes trajes susurraban a través de un juego de blackjack, sus fichas apiladas como torres. Pero nadie estaba mirando sus cartas —se estaban observando unos a otros. Midiendo. Calculando.

—Este casino es solo la superficie —comenzó—. Es un escenario, una distracción. Los verdaderos juegos ocurren por debajo de todo esto.

Las cejas de Ana se juntaron.

—¿Qué quieres decir?

Él inclinó la cabeza hacia un balcón privado arriba.

—¿Ves esa suite? Ahí es donde ocurren las negociaciones comerciales. No del tipo legal. Diamantes. Armas. Contratos de seguridad privada. A veces personas. Este lugar es el hogar de los tratos ocultos de la élite. Los gobiernos no llegan aquí.

El estómago de Ana se tensó.

—Los juegos son solo una distracción —continuó, bajando la voz—. Mientras un hombre se ríe sobre una mano de póker, está negociando el contrabando de diamantes de sangre. Mientras otro bebe su whisky, está finalizando un contrato de asesinato —alguien al otro lado del mundo morirá antes del amanecer.

Ana se tensó a su lado, sus ojos recorriendo el caos brillante. Lo que había parecido lujo ahora se sentía como camuflaje para algo mucho más peligroso.

—No todos aquí son solo ricos —continuó—. Algunos son intocables. Funcionarios del gobierno, traficantes de armas, jefes de carteles. Vienen aquí porque el mundo mira hacia otro lado en lugares como este.

Ella se volvió hacia él, su voz apenas por encima de un susurro.

—¿Y tú eres parte de esto?

—Yo no dirijo los crímenes —dijo, mirándola a los ojos con tranquila intensidad—. Pero sé quién lo hace. Sé lo que fluye a través de este lugar. Y lo observo todo.

Sostuvo sus manos, su expresión indescifrable.

—No soy inocente, Ana. Este mundo me crió. Me enseñó cómo luchar, cómo ganar. Si no hubiera elegido esta vida en aquel entonces, no habría sobrevivido. —Dejó escapar una risa seca y sin humor.

—¿Y el verdadero jefe? Muy pocos han oído su nombre. Pero él posee las venas de esta ciudad, y yo… soy uno de los pocos que saben por dónde corren.

Ana sintió un escalofrío asentarse en sus huesos. Esto era solo un vistazo a la vida de Agustín. No tenía idea de qué más iba a ser revelado.

—¿Tienes miedo? —preguntó con preocupación en su tono.

—Sí —respondió honestamente, apretando sus manos alrededor de las de él—. Pero estoy lista para sumergirme más profundo. Quiero saberlo todo sobre ti, sin importar cuán feo y peligroso sea.

—Entonces ven conmigo. Déjame mostrarte cómo comencé mi viaje.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Novelasya.com

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